jueves, 28 de enero de 2010

CORSÉS GÓTICOS Y CASCOS DE WALKIRIA.

Tiempo ha, quedé sorprendido a leer un artículo llamado “Corsés Góticos y Cascos de Walkiria” firmado por Arturo Pérez Reverte, otrora reportero de guerra, actual miembro de la Real Academia Española y reputado escritor, autor entre otras novelas de El Húsar, El Maestro de Esgrima, La Tabla de Flandes, Territorio Comanche, La Piel del Tambor, La Carta Esférica, La Reina del Sur, Cabo Trafalgar, El Pintor de Batallas y Un Día de Cólera; y de la serie histórica Las Aventuras del Capitán Alatriste. Mi sorpresa vino además porque aparecía en el suplemento dominical de un periódico conservador, monárquico, católico y taurino. Al parecer, tres millones de personas se hacen con él cada domingo, aunque estimo que ni la mitad lo habrá leído.

El escrito versa sobre el rico contenido de las letras en el mundo del metal, algo que fans como tú y como yo siempre hemos dado por sentado, y en ese aspecto no nos va a aleccionar, pero puede que sí ilustre, ilumine y quite la venda de los ojos a algunos que, inamovibles al remanso de los prejuicios, continúan relacionando Heavy con ruido, voces, incultura, drogas, Satán, sexo con condón, y gilipolleces sólo asumibles por auténticos gilipollas.


“Corsés Góticos y Cascos de Walkiria” data de diciembre de 2007, por lo que realmente no es nuevo y muy posiblemente ya lo conozcas. El hecho es que ha quedado inmortalizado en un libro llamado “Cuando Éramos Honrados Mercenarios”, el cual recoge sus artículos comprendidos entre 2005 y 2009, y que ha sido publicado a finales del año pasado. Esto lo lleva de nuevo a la actualidad. Aprovechando su carácter “novedoso”, su rico contenido literario y su innegable atractivo para la gente interesada en el Heavy Metal, he querido recuperarlo. Lo reproduzco tal cual, no tiene desperdicio:


Corsés góticos y cascos de walkiria

ARTURO PÉREZ-REVERTE XLSemanal 16 de Diciembre de 2007

No soy muy aficionado a la música, excepto cuando una canción –copla, tango, bolero, corrido, cierta clase de jazz– cuenta historias. Tampoco me enganchó nunca la música metal. Me refiero a la que llamamos heavy o jevi aunque no siempre lo sea, pues ésta, que fue origen de aquélla, es hoy un subestilo más. Siempre recelé de los decibelios a tope, las guitarras atronadoras y las voces que exigen esfuerzo para enterarse de qué van. Las bases rítmicas, el intríngulis de los bajos y las cuerdas metaleros, escapan a mi oído poco selectivo. Salvo algunas excepciones, tales composiciones y letras me parecieron siempre ruido marginal y ganas de dar por saco, con toda esa parafernalia porculizante de Satán, churris, motos y puta sociedad. Incluidas, cuando se metían en jardines ideológicos, demagogia de extrema izquierda y subnormalidad profunda de extrema derecha. Etcétera.

Sin embargo, una cosa diré en mi descargo. De toda la vida me cayeron mejor esos cenutrios largando escupitajos sobre todo cristo que los triunfitos relamidos, clónicos y saltarines, tan rubios, morenos, rizados y relucientes ellos, tan chochidesnatadas ellas, con sus megapijerías, sus exclusivas de tomate y papel cuché, y toda esa chorrez envasada en plástico y al vacío. Al menos, concluí siempre, los metaleros tienen rabia y tienen huevos, y aunque a veces tengan la pinza suelta y hecha un carajal, éste suele ser de cosas, ideas, fe o cólera que les dan la brasa y los remueven, y no de cuántas plazas será el garaje de la casa que comprarán en Miami cuando triunfen y puedan decir vacuas gilipolleces en la tele como Ricky, como Paulina, como Enrique.

Pero de lo que quiero hablarles hoy es de música metal. Ocurre que en los últimos tiempos –a la vejez, viruelas– he descubierto, con sorpresa, cosas interesantes al respecto. Entre otras, que esa música se divide en innumerables parcelas donde hay de todo: absurda bazofia analfabeta y composiciones dignas de estudio y de respeto. Aunque parezca extraño y contradictorio, la palabra cultura no es ajena a una parte de ese mundo. Si uno acerca la oreja entre la maraña de voces confusas y guitarras atronadoras, a veces se tropieza con letras que abundan en referencias literarias, históricas, mitológicas y cinematográficas. Confieso que acabo de descubrir, asombrado, entre ese caos al que llamamos música metal, a grupos que han visto buen cine y leído buenos libros con pasión desaforada. Ha sido un ejercicio apasionante rastrear, entre estruendo de decibelios y voces a menudo desgarradas y confusas, historias que van de las Térmópilas a Sarajevo o Bagdad, incluyendo las Cruzadas, la conquista de América o Lepanto. Como es el caso, verbigracia, de Iron Maiden y su Alexander the Great. La mitología –Virgin Steele, por ejemplo, y su incursión en el mundo griego y precristiano– es otro punto fuerte metalero: Mesopotamia, Egipto, La Ilíada y La Odisea, el mundo romano o el ciclo artúrico. Ahí, los grupos escandinavos y anglosajones que cantan en inglés copan la vanguardia desde hace tiempo; pero es de justicia reconocer una sólida aportación española, con grupos que manejan eficazmente la fértil mitología de su tierra: Asturias, País Vasco, Cataluña o Galicia. Tampoco el cine es ajeno al asunto; las películas épicas, de terror o de ciencia ficción, La guerra de las galaxias, Blade Runner, Dune, las antiguas cintas de serie B, afloran por todas partes en las letras metaleras. Lo mismo ocurre con la literatura, desde El señor de los anillos hasta La isla del tesoro o El cantar del Cid. Todo es posible, al cabo, en una música donde el Grupo Magma canta en el idioma oficial del planeta Kobaia –que sólo ellos entienden, los jodíos– mientras otros lo hacen en las lenguas de la Tierra Media. Donde Mago de Oz alude –La cruz de Santiago– al capitán Alatriste y Avalanch a Don Pelayo. Donde los segovianos de Lujuria lo mismo ironizan sobre la hipocresía de la Iglesia católica en cuestiones sexuales que largan letras porno sobre Mozart y Salieri o relatan, épicos, la revuelta comunera de Castilla. Y es que no se trata sólo de estrambóticos macarras, de rapados marginales y suburbanos, de pavas que cantan ópera chunga con corsé gótico y casco de walkiria. Ahora sé –lamento no haberlo sabido antes– que la música metal es también un mundo rico y fascinante, camino inesperado por el que muchos jóvenes españoles se arriman hoy a la cultura que tanto imbécil oficial les niega. El grupo riojano Tierra santa es un ejemplo obvio: su balada sobre el poema La canción del Pirata consiguió lo que treinta años de reformas presuntamente educativas no han conseguido en este país de ministros basura. Que, en sus conciertos, miles de jóvenes reciten a voz en grito a Espronceda, sin saltarse una coma.



En la actualidad, Arturo Pérez-Reverte se encuentra en la fase de corrección y revisión de El Asedio, una nueva novela que, a falta de su acabado final, se espera pueda estar en las librerías en marzo de 2010.

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